11 may 2021

El Mercader

 


Decía mi abuelo malagueño capitán, el famoso "Mercader" que dio la vuelta al mundo cuatro veces antes de encontrar su hogar, huyendo de la insustancialidad de las guerras: "Qué es un héroe, sino mis dos manos y mis dos pies, y el corazón que los calienta. Preparo el barco para la tormenta, esperando siempre que haya sol y un poco de viento"
... y no necesitó más para conquistar el mundo.

También hay que decir que era un hombre extremadamente familiar y rodeado de amigos, sólo a su funeral fueron casi cuatro mil llegados de todo el planeta, nunca vimos nada igual, en el recinto se tuvieron que repartir en tres días para darles su última despedida: carismático, generoso y cercano, sus relaciones a lo largo del planeta eran armoniosas, equilibradas en la paz y  la cercanía, mi familia malagueña era así: amor y simpatía desde lo más profundo del corazón donde daban y recibían, se producía una sonrisa natural. Obviamente eran tiempos de guerra, no era un iluso, parte de su rostro sonriente tenía algo de circunspecto, a veces se apartaba de la gente de la casa o los amigos, con la pipa, subía una pierna a algún altillo, y se ponía a reflexionar.

Era mi momento preferido para acercarme a él, un hombre que adoraba la vida y que había visto tanta muerte. Casi lo matan sus propios compañeros por negarse a disparar a cuatro chavales del "bando contrario", a los que dejó huir, haciendo como que tenía un accidente, porque no quería asesinar a unos chiquillos , y gracias a ellos salvó la vida cuando apresaron al convoy un par de días después, los chavales reconocieron a mi abuelo. Al ser reconocido y héroe, sus jefes lo apartaron a otra celda, cuatro horas antes de la mañana del fusilamiento, momento en el que dos de aquéllos muchachos, que justo esa noche hacían guardia, se la jugaron y le devolvieron su amor, lo embarcaron de polizón en el primer barco que salía, que era un platanero canario, donde conoció a mi abuela, después de tres duros años de cortejo, que ríete de las doce pruebas de Hércules, entre las que se incluyó dar su primera vuelta al mundo en busca de nuevas tierras post Segunda Guerra Mundial, y se fue al país del petróleo, donde sus conocimientos náuticos para el transporte de mercancías fueron muy apreciados, amén de su conocida capacidad para resolver problemas complejos con inusitada sencillez.

Así que me cogía la cabecita con intensa ternura, me acercaba a él, volvía a poner su pierna sobre el pequeño pilón que teníamos frente al jardín de la puerta de casa, encendía su pipa, y simplemente nos dedicábamos a contemplar la tarde en compañía, sin decir una sola palabra.

Creo que fueron los mejores momentos de mi vida.

No todas las personas son iguales, hay seres legendarios que  se quedan grabados en el alma, y aunque pasen varias generaciones, hay pocos ejemplares como ellos, y que sin embargo se mantienen en el alma de todos los que los conocieron. Era un transformador de universos, no necesitaba controlar, exigir, obligar o "mandar", no le verías nunca levantar la voz, o mirar  por encima del hombro ni hacer aspavientos; su autoridad absoluta era una rotunda integridad desde la más profunda sencillez sin adornos, su corazón era un amor puro por los que amaba, templado bajo miles de mañanas solitarias en tiempos extraordinariamente difíciles, piedra y acero. En apariencia era un hombre sencillo, pero tenía cinco mil años de guerreros mediterráneos y navieros atlánticos mirando a través de él.
Cuando llegaban a casa por cualquier problema, se echaba una risa, invitaba a tomar café, tocaba cualquier pieza con las manos, o miraba el coche, motor o lo que hubieran aparcado enfrente de casa, y en menos de 5 minutos una hora máximo ya estaba solucionado.
Era una zona de emigración europea tras la Segunda Guerra  Mundial, así que la calle estaba atestada de gente de todos los países, razas y colores, y casi todos hombres, y era un hombre de buenos amigos.

Creo que alguna vez comenté su pandilla de los cinco, que embarcaron desde Canarias huyendo de unos nazis que fueron a buscarlos, pues estaban todos en busca y captura, y el primero mi abuelo, como no, y que se conocieron en el segundo viaje en una chalupa pesquera de apenas unos metros, donde cruzaron todo el Atlántico bajo inmensas corrientes y tormentas con ésa cascara de nuez que consiguieron a última hora, para huir de la muerte. Eran cinco hombres: un portugués, un italiano, un vasco, un gallego, y mi abuelo, el capitán, y  que cambiaron el motor de toda Latinoamérica, y sus editoriales, en apenas 10 años, y todo empezó, como siempre empiezan las cosas buenas, por casualidad.
Ésto me lo contó el vasco, 20 años después de la muerte de a mi abuelo, cuando en uno de mis viajes de reconocimiento de aquél terruño, que ahora son escombros , me reconoció en la calle, mientras caminaba, escuché un grito ahogado en llanto, justo detrás de mi, me giro y veo a un gigante de dos metros arrodillado tras de mi gimiendo como un bebé, así que me pregunta: "Tú, tú eres Luisita Pascual? la hija del Mercader?!" me quedo perpleja, "No, yo soy su hija mayor, y si, la primera nieta del Mercader, hablas de mi abuelo Antonio, verdad?"

Aquí el gigante se levanta de sus rodillas a duras penas y me invita sollozando, como si se le hubiera caído la vida encima, a un refresco en un local justo al lado, en el que se desplomó en la silla, y me miró durante las dos horas que estuvimos hablando tan intensamente, que sentí que me estaba dejando un testamento. Por lo visto era el Vasco, uno de los cinco amigos, el que me contaba como se las ingeniaban en aquéllos tiempos tan difíciles, con elegancia y picaresca, pero siempre con una honestidad brutal, nunca robaron ni estafaron, cosa que si tenía tendencia a hacer el italiano, pero al menos cayó en las buenas manos de mi abuelo. Así que en ésas dos horas me contó miles de cosas que no sabía de él, y decenas de anécdotas, como cuando mi abuelo los hizo pasar por millonarios, para obtener un crédito del banco, el italiano estaba de chófer de un potentado de una ciudad cercana, así que hicieron creer que un socio suyo español iba a hacer algunas inversiones en la zona, y abrir un negocio pequeño para ver cómo iba, necesitaban aparentar serlo; y  como no tenían dinero para trajes de chaqueta para los 5 y conseguir después tener mejor trabajo y dar mejor imagen, mi abuelo decidió que entre los 5 solo tenían traje para uno, así que estuvo pensando dos días en el motel de mala muerte que compartían de un español, desde donde les hacían el favor, nada más llegar, siempre que pagaran al mes vencido. Me contó que estuvo escuchando una máquina de coser durante dos días, de dónde la sacó, nadie lo sabe, pero siendo un galán y un artista de la palabra como era él, me lo imagino.
Apareció con un super traje, echo para los cinco, desde el más grande que era el vasco hasta el más pequeño que era él, se había ingeniado un sistema de forros y desdobles debajo del traje a través de corchetes y cierres, para que los 5 lo pudieran usar y lavarlo solo completamente estirado para que no quedaran las marcas de los cortes de mangas y piernas del pantalón.
Así que con el coche del italiano que estaba de chófer, el traje y mil y una aventuras más, consiguieron sus primeros créditos para sus primeros negocios, pareciendo unos Dandys, y terminado siéndolos de verdad, cuando co las años ya los conocían en todas las ciudades de alrededor.

Aunque eso si, el vasco me comentó que genio y figura aunque mi abuelo tuviera su única camisa, y su único pantalón, iba siempre impecablemente limpio y perfecto de porte, traje planchado, con su reloj, su pluma de escribir y su pipa. 

Así abrió su primer negocio que era una librería, cómo se conectó con las editoriales de México y Buenos Aires para publicar libros "prohibidos" de poetas franceses, españoles, ingleses o americanos. y como todo empezó como siempre, por una simple genialidad de mi abuelo. Cada uno tenía un carácter diferente, el vasco era el fuerte, noble, bruto, pero confiable, y con el que ganaban todas las apuestas al resto, el italiano era flaco, hablador, liante, un don juan, descarado y pícaro, que se metió toddda la vida en problemas por cuestiones de faldas, y el que nos regaló la primera Pianola de todo el Estado que pusimos en la biblioteca con mucho cuidado, era agitador pendenciero, y de vez en cuando lo tenían que sacar de problemas en los que se metía por exceso, a veces demasiado gratuitamente. El portugués era el más rarito, más huraño, más reflexivo y echado para adentro, y aunque callado, seguía incondicionalmente al Mercader, no era un hombre de muchas palabras, y a veces tenía tendencia a tener pequeños negocios sucios por su cuenta, pero sin duda siempre estaba allí cuando se necesitaban, el gallego era el otro poeta junto con mi abuelo, hombre blanco como la leche, de ojos meláncolicos y otro súper trabajador, a veces mi abuelo y él se pasaban horas jugando a las cartas en el puerto, y el otro que sabía tanto o diría incluso más que él, en cuestiones de mar, quizá fuera su mejor amigo, tal y como hablaba el vasco de él sentí cierta ligera envidia de conectar a zonas que él no había llegado, pero todos se llevaban muy bien, y en aquéllos tiempos de muerte fácil, era un seguro de vida frente al Universo.

Mi abuelo, que además de un idealista , tenía un profundo sentido práctico, montó una Underwood antigua, todo empezó por una puesta con el vasco, su vieja máquina de escribir y el objetivo de buscarle novia al rancio pero querido portugués, también  la mitad del país que estaban todas sus novias y mujeres en Europa, así que montó una pequeña mesita de madera en la puerta del mercado y decidió escribir cartas de amor y cartas comerciales (era de los pocos que sabía varios idiomas), de uno al otro lado del planeta, era experto en cartas, de todo tipo,  y fue un rotundo  éxito. Creo que gracias a él repobló el continente americano desde Alaska hasta la Tierra del fuego, usaba las rutas comerciales terrestres y navieras, su inmensa capacidad de hacer amigos, de profunda honestidad y diplomacia con los peligrosos, por los que vi tantísima gente en su funeral.

Le llamaban el "Clark Gable", porque las mujeres andaban locas tras él, además de buen negociante y diplomatico, era todo un caballero, siempre tenía un sentido del humor inalterable, y gastaba muchas bromas, el tipo de masculinidad sin ruido, de aquélla elegancia infinita de ése tipo de hombres de los años 20, que se movían bonito.


Mi abuelo, no fue cualquier persona.
Seguro, generoso, proporcionado y justo.
Era un hombre querido. 
Era, sigue y seguirá siendo, por todas las generaciones que le siguieron.
porque es así como se hace huella, era ante todo un bellísimo ser humano.

Antonio Pascual, el genial "Mercader", y mi abuelo
era un hombre completo
No era cualquier hombre
Ni se rodeaba de cualquiera
Era un hombre que amaba
A una mujer excepcional
Y a todo un círculo de gente
a la que hizo buena por su propia
e intachable conducta.
Era un hombre sólido
que amaba tanto, como era amado.
Sensible, inteligente, austero, valiente.
Era un hombre completo
en un círculo de amor repleto.
Y le amaban, porque amaba
incondicionalmente a la gente
decente, valiente, consecuente.

El famoso Mercader, amaba increíblemente
porque era un hombre increíblemente amado.


“… Caminante, son tus huellas el camino y nada más; caminante, no hay camino, se hace camino al andar. Al andar se hace camino y al volver la vista atrás se ve la senda que nunca se ha de volver a pisar. Caminante no hay camino sino estelas en la mar… “

Antonio Machado

No hay comentarios:

Publicar un comentario