13 ene 2020

Alas de Hierro

Ésto lo escribí éste verano en la casa de mi amiga Monerri, en la bahía de Portman.

Un lugar dónde puedes inspirarte y empezar a escribir del tirón en 15 minutos lo primero que se te pasa por lo cabeza. En ésos minutos me surgió una idea.

ALAS DE HIERRO

Capítulo 1

"Castillos en el puerto, el olor de madera del sicomoro"

Como bien era predecible, el olor de las cocinas le recordaba los destinos de las infancias soleadas, familias olvidadas y los rincones secretos dónde quedaban los espacios vacíos de los amores contrariados.

Una lenta partida de cartas se alborozaba distraída a la izquierda del portón, se oía el lento respirar del venezolano José y de su tío Ernesto el Escribano, que empezaban a notar los efectos de las copiosas comidas en aquellas calurosas tardes a refugio del sotavento.

La madera del sicomoro se estaba agrietando, tantos años expuesta había conseguido al fin el aspecto ajado que las lluvias de otoño no consiguieron abatir.

Bajo aquella madera dorada tres generaciones de Castillos habían conseguido anclar los puertos a sus barcos, pese a la incandescente sangre de sus inquilinos.

Beatriz no iba a ser menos. Ya percibía nada más entrar la penumbra del aire pesado de las primeras horas del estío. Rozó su brazalera de plata que le regaló la abuela, colocada encima de la manga para no quemarse, y como siempre le proporcionó un ligero alivio. Un amuleto naval, un atajo de tierra entre las tormentas.

Pero poco cambia la suerte entre aquellos que pierden los sueños por la sobriedad de identidades añejas y la impertinencia temeraria de los  nuevos destinos.

Aquella madera de sicomoro, aún no lo sabía, sería el último recuerdo tranquilo que tendría antes de volver a tocar tierra firme muchos años después.

Los alfeñiques aguardaban en el cofrecillo, ansiosos de sal, como si supieran que su embarque estuviera próximo a llegar.

La pulsera de viajes heredado desde sabe Dios cuándo, insistía en recordar a la abuela Doña Fernanda, con aquél engarzado denso de plata vieja, santos, símbolos y monedas, que  resumía en el sueño de su entramado los cientos de arbotantes y poleas, de sueños y de peleas, de tabernas de lagartos, de pulseras de amuletos, de vírgenes y de bocetos, éste viejo amuleto utilizado con sus añadidos las españolas de su familia en sus aventuras marítimas ultramarinos, tenía cargada la energía de aquellos éxitos, promesas y rezos de mil tormentas lejanas.

"La Eunuca" aquella brazalera y el olor de la madera del viejo sicomoro, era todo el salvavidas que necesitaba la nieta del Mercader para echarse a la mar."