3 may 2021

"El collar de la paloma" Ibn Hazm de Córdoba, año 1.000, escrito en Jávea, España

 Aquí dejo un fragmento de mi libro preferido de todos los tiempos, porque qué se puede añadir a la primavera, estando los maestros. El Collar de la Paloma está considerado el más bello libro de amor de la literatura árabe.


EL COLLAR DE LA PALOMA (Fragmento)


SOBRE LAS SEÑALES DEL AMOR

Tiene el amor señales que persigue el hombre avisado y que puede llegar a descubrir un observador inteligente.

Es la primera de todas, la insistencia de la mirada, porque es el ojo puerta abierta del alma, que deja ver sus interioridades, revela su intimidad y delata sus secretos. Así, verás que cuando mira el amante, no pestañea y que muda su mirada adonde el amado se muda, re retira adonde él se retira, y se inclina adonde él se inclina, como hace el camaleón con el sol…

Otra señal es la sorpresa y ansiedad que se pintan en el rostro del amante cuando impensadamente ve a quien ama o éste aparece de súbito, así como el azoramiento que se apodera de él cuando ve a alguien que se parece a su amado, o cuando oye nombrar a éste de repente. Sobre esto he dicho en un poema:

Cuando mis ojos ve a alguien vestido de rojo,
mi corazón se rompe y desgarra de pena.
¡Es que ella con su mirada hiere y desangra a los hombres
y pienso que el vestido está empapado y empurpurado con esa sangre!

Otras señales e indicios de amor, patentes para el que tenga ojos en la cara, son: la animación excesiva y desmesurada; el estar muy juntos donde hay mucho espacio; el forcejear por cualquier cosa que haya cogido uno de los dos; el hacerse frecuentes guiños furtivos; la tendencia a apretarse el uno contra el otro; el cogerse intencionadamente la mano mientras hablan; el acariciarse los miembros visibles, donde sea hacedero, y el beber lo que quedó en el vaso del amado, escogiendo el lugar mismo donde posó sus labios…

Otras señales de amor son: la afición a la soledad; la preferencia por el retiro, y la extenuación del cuerpo, cuando no hay en él fiebre ni dolor que le impida ir de un lado para otro ni moverse. El modo de andar es un indicio que no miente y una prueba que no falla de la languidez latente en el alma.

El insomnio es otro de los accidentes de los amantes. Los poetas han sido profusos en describirlo; suelen decir que son los “apacentadores de estrellas”, y se lamentan de lo larga que es la noche. Acerca de este asunto yo he dicho, hablando de la guarda del secreto de amor y de cómo trasparece por ciertas señales:


Las nubes han tomado lecciones de mis ojos
y todo lo anegan en lluvia pertinaz,
que esta noche, por tu culpa, llora conmigo
y viene a distraerme en mi insomnio.
Si las tinieblas no hubieren de acabar
hasta que se cerraran mis párpados en el sueño,
no habría manera de llegar a ver el día,
y el desvelo aumentaría por instantes.
Los luceros, cuyo fulgor ocultan las nubes
a la mirada de los ojos humanos,
son como ese amor tuyo que encubro, delicia mía,
y que tampoco es visible más que en hipótesis...

El llanto es otra señal de amor; pero en esto no todas las personas son iguales. Hay quien tiene prontas las lágrimas y caudalosas las pupilas: sus ojos le responden y su llanto se le presenta en cuanto quiere. Hay; en cambio, quien tiene los ojos secos y faltos de lágrimas. Pero, con arreglo a la opinión general de las gentes de que el llanto es prueba de amor, tengo también una qasida que compuse antes de llegar a la pubertad y que comienza así:


Indicio del pesar son el fuego que abrasa el corazón
y las lágrimas que se derraman y corren por las mejillas,
aunque el amante cele el secreto de su pecho,
las lágrimas de sus ojos lo publican y lo declaran.
Cuando los párpados dejan fluir sus fuentes,
es que en el corazón hay un doloroso tormento de amor…

Otra de las señales es que el amante dé con liberalidad cuanto pueda de aquello que antes disfrutaba por sí mismo, y ello como si fuese él quien recibiera el regalo y como si en hacerlo le fuera su propia felicidad, cuando solo le mueve el deseo de lucir sus atractivos y hacerse amable.

Por el amor, los tacaños se hacen desprendidos; los huraños desfruncen el ceño; los cobardes se envalentonan; los ásperos se vuelven sensibles; los ignorantes se pulen; los desaliñados se atildan; los sucios se limpian; los viejos se las dan de jóvenes; los ascetas rompen sus votos, y los castos se tornan disolutos. Claro es que estas señales aparecen antes que prenda el fuego del amor y el calor abrase y el tizón arda y se levante la llama, porque, una vez que el amor se enseñorea y hace pie, no ves más que coloquios secretos y un paladino alejamiento de todo lo que no sea el amado.
Unos versos tengo compuestos en que se declaran reunidas muchas de estas señales, y de ellos son los siguientes:

Melancólico, afligido e insomne, el amante
no deja de querellarse, ebrio del vino de las imputaciones.
En un instante te hace ver maravillas,
pues tan pronto es enemigo como amigo, se acerca como se aleja.
Sus transportes, sus reproches, su desvío, su reconciliación
parecen conjunción y divergencia de astros,
presagios estelares adversos y favorables
Más de pronto, tuvo compasión de mi amor, tras el largo desabrimiento,
y vine a ser envidiado, tras de haber sido envidioso.
Nos deleitamos entre las blancas flores del jardín,
agradecidas y encantadas por el riego de la escarcha:
rocío , nube y huerto perfumado
parecían nuestras lágrimas, nuestros párpados y su mejilla rosada.


También sufre el amante sinsabores en las dos situaciones siguientes:

La primera consiste en que el galán espere encontrar a su dama y se interponga de pronto un obstáculo que lo impida. Yo conocía a uno a quien su amada había dado una cita y lo veía yendo y viniendo; no podía estarse quieto ni pararse en ningún lugar; tan pronto iba para atrás como para adelante; la alegría aligeraba su natural serio y convertía su aplomo en vivacidad. Sobre este tema de la espera de una visita amorosa, yo tengo los siguientes versos:

Hasta que llegó la noche estuve esperando verte, oh deseo mío!, oh colmo de mi anhelo!; pero las tinieblas me hicieron perder la esperanza, cuando antes, aunque apareciera la noche, no desesperaba de que siguiera el día. Tengo para ello una prueba que no puede mentir, pues por muchas análogas nos guiamos en asuntos difíciles, y es que, si te hubieras decidido a visitarme, no hubiera habido tinieblas, y la luz, tu luz, hubiera permanecido sin cesar entre nosotros.

La segunda situación consiste en que nazca entre los amantes una sospecha, que no se sabe si es verdad o no más que por referencias de una tercera persona, pues entonces el desasosiego es tremendo hasta que el asunto se aclara, bien porque la desazón se trueque en franca tristeza y pena, ocasionada por el temor de la ruptura. También asalta al amante una profunda dejadez si el amado le trata con desabrimiento; mas esto quedará explicado en su capítulo correspondiente, si Dios Altísimo quiere. Accidentes del amor son asimismo la violenta ansiedad y el mudo estupor que se apoderan del amante, cuando ve que el amado le esquiva o huye de él, y que se revelan en ayes, abatimiento, gemidos y profundos suspiros. Sobre este asunto yo compuse un poema del que es este verso:

La bella paciencia está prisionera: pero las lágrimas corren libremente.

También acaece el amor que uno de los amantes recele y sospeche de cualquier palabra que el otro diga, y la eche a mal parte, lo cual suele originar frecuentes rencillas entre los enamorados.

Yo conozco un hombre que era el menos malicioso del mundo, el de más amplio espíritu, el de mayor paciencia, el más tolerante, el de manga más ancha, y, sin embargo, tenía una extrema susceptibilidad respecto a la persona a quien amaba. La más insignificante diferencia que con ella tenía levantaba en su espíritu mil especies de reproches y mil motivos de desconfianza. Sobre este asunto, he dicho en un poema:

Desconfío de ti hasta en lo más despreciable que hagas, y a quien hay que despreciar es a quien desprecia estas cosas, sin ver que pueden ser origen de ruptura o de odio: el incendio en sus comienzos es una chispa. Todo lo grande empieza por ser diminuto: de un huesecillo de nada ves nacer el árbol.


Una vez, en Almería, estaba yo de visita sentado en corro, en la tienda de Ismail ib Yunus, el médico judío, que era ducho en el arte fisiognómica y muy perito en ella, cuando Muxahid Ibn Al Husayn Al Qaysi le dijo, señalando a un hombre, llamado Hatim Abu Al Baqa’, que pasaba frente a nosotros: “¿Qué dices de ese?” Ismail lo miró un momento y luego dijo: “Que es un enamorado” “Acertaste, dijo Muxahid; pero ¿cómo lo sabes?” “No más, contestó, que por la excesiva abstracción que lleva pintada en el semblante, para no hablar de sus otros ademanes. He deducido que se trata de un enamorado, sin que haya lugar a dudas.”.


1 comentario :

  1. Aquí dejo enlace de más poemas y partes del libro de Iban Hazm

    https://www.poetasandaluces.com/poemas/51/


    ;)

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