5 sept 2017

Rafael

- "Tengo órdenes de llevarte al colegio".- el chófer utilizo "tú"; que entonces era una descortesía máxime cuando se aplicaba a una niña blanca, aunque ni soliera estar precisamente con las de mi color ni baja esa capa de barro fuera precisamente tan blanca como el papel, acabando de ser pillada escabulliéndose tras los aguacateros. Le expliqué su error con la mayor soltura y precisión que pude, sin éxito, no sin antes acordar un paseíllo antes de llegar.

Se paseó durante media hora arriba y abajo. Así que traté por todos los medios distraerle y alargar la situación.

"No existe una ciudad en todo el país mas hermosa que ésta - con la excepción de la capital, la mas bella- tanto si se la contempla desde el puerto, como desde lo alto del cerro Santa Ana, que domina las cúpulas doradas de la serreta y los hermosos árboles de la ciudad. Los viejos colonos la adornaron con edificios fantásticos y con instituciones benéficas...", conocedora de lo religioso de su alma y  su orgullo patrio nativo, esperaba ablandarle.

- "Una bonita ciudad, Si Señor..." Rafael como natural de allí, le agradó el elogio, mientras me empezaba a contar muchas otras cosas asombrosas, de las que un guía local no hubiera mencionado mas que alguna pequeña batalla. Al principio era fascinante, pero pronto descubrí mi error, estaba empezando echar de menos la aflautada y alegre voz de la Profesora, que al menos se molestaba en ignorarme con educación pasado un rato.

- "Creo que ya estoy preparada para ir".
Era un edificio grande y antiguo, formado bloque tras bloque por edificios blancos de poca altura, rejas forjadas negras y vigas de madera uniendo las techadas. La obra era alargada y tenía un grandioso y austero patio ajardinado, quizá fuera antes algún viejo convento.

- "¿Que clase de gente habrá construido esto?"- pregunté de repente antes de salir a la puerta.

- "Jóvenes o viejos... demonios todos, Pero a decir verdad, aunque traigo y recojo a muchas muchachas de la casa al colegio, como del colegio a la casa, que por motivos desconocidos pierden el autobús y están delicadas o indispuestas. Nunca he visto otra que tenga tanta madera de perfecta demonia como tú, la pequeña que ahora se resiste a bajar de mi coche"

Cuando estaba a punto de reaccionar para intentar responder a la insolencia del conductor, mientras terminaba de limpiar lo que me quedaba en las rodillas y los polvorientos pies y me estiraba el horrible e incómodo uniforme, reparé en una figura sobre la larga extensión del muro. Me puse los zapatos de un tirón y salí corriendo; olvidándome del cochero, espere que no fuera demasiado tarde para la hora del almuerzo, así poder evitar la severa reprimenda y cómo no la primera de ellas, el motivo del por qué me había quitado los zapatos desobedeciendo las normas de la escuela de señoritas. Cosa que hice hasta muy entrada la pubertad en cuanto podía, por cierto.



1 comentario :