17 sept 2017

Ambos y ninguno

Estas cosas pasaban a los 30, esa época llena de amigos en la gran ciudad, confundidos, recelosos y desencantados de tantos experimentos laborales y fracasos amorosos, las cabriolas sentimentales de una generación que era puente entre una sociedad analógica y otra digital, acostumbrada a nuevas tendencias entre la vieja y crear e innovar en miles de maneras de mirar las cosas, la gastronomía, los módem de alta velocidad y a la aceleración generalizada cada vez mayor de la vida.
Entonces no éramos tan políticamente correctos y nos atrevíamos a sentir, aunque doliera, con la generosidad de los anteriores, que sobrevivieron la guerra, y la santa temeridad de la siguiente que necesitaba disfrutar de las cosas sin pensar en un mañana.


HUGO Y PABLO


Entre mi bombero seductor y mi príncipe de la montaña, muchas podrían decir que tenía al hombre perfecto, el ideal de las solteras que no buscaban compromiso, par quien quisiera tenerlo.

Después de intentar engancharme 4 veces, cuando me hacían sentir culpable de no querer encerrarme en una situación social, el matrimonio (trampa mortal de cuentos infantiles, con impreciso final) que veía a todas luces desigual e injusta, desarrollé una especie de sentido arácnido para detectar trampas entre la buena educación y el chantaje emocional.

Así que aprendí a intuir cualquier trampa moral y mental, en la que me pudieran encerrar en una prisión de cristal para siempre (ya me decía mi abuelo que sería como Sor Juan Ines de la Cruz, la famosa monja y sabia mexicana, la única opción entonces para leer sin las contingencias de vender tu cuerpo y tu alma al diablo).

Esas trampas no estaban hechas para aquellas pocas féminas que no íbamos con el vestido de novia en el bolso, que sin embargo eramos precisamente blanco de ese tipo de personajes, no se quieren comprometer con las otras, pero sin embargo exigen y persiguen a las salvajes aves libres del paraíso, lo que ellos no estaban dispuestos a ceder ante otras cazadores profesionales. No lo hacían por amor, sino por "contraste" la búsqueda de una "musa con caducidad" que pudieran cambiar y les hiciera juego con cada nuevo modelo de coche, no buscaban iguales, sino superiores o inferiores, no entienden el concepto de compañero o colega entre distintos sexos, exigen la sumisión o el acato. Por desgracia es demasiado corriente como para que esas pobres mentes simples me sorprendan en un renuncio de aquellos. Así que en aquellos tiempos de búsquedas, se optaba entre nosotras, las codiciadas almas libres, por nadar y guardar la ropa.

Ellas están consternadas de mi "desidia" matrimonial, y yo estaba aburrida de sus predecibles mediocres vidas de amargadas, de tristes princesitas engañadas, bobas y amelocotonadas.

Por un lado tenía un amante imaginativo, cosmopolita, que no establecía cotidianidades, cuya vida era la adrenalina y el peligro.

Cada vez que venía a la "ciudad" y nos encontrábamos, hacía todo lo posible para que pensara que el tiempo que habíamos estado separados solo existía para que fuéramos consciente de nuestro deseo. Sabía que volvería cuando leía en el periódico, a su equipo de colaboración, y su helicóptero era necesario. Así que conjugamos un secreto deseo mutuo, en el que el sabe, que yo ya sabré y sin embargo juega con la incógnita de que nunca estará completamente seguro si me encontraría en esa ocasión, ni si quiera si me encontraba en la ciudad.

Hugo me desviste con suavidad, sabe jugar con los tiempos y con las pausas, recorre mi cuerpo con la paciencia del buen amante, y su lengua madura, capaz de llegar a los rincones mas ocultos de mi cuerpo, jamás alcanza mi alma. No me importa, de hecho lo busque así, sin prisioneros.
Con el descubría el juego, el misterio y la libertad de los encuentros esporádicos.

Nos entregamos a esa magia y provocación de las citas clandestinas, sin caer en la vulgaridad de la desesperación. Todo es perfecto, demasiado, así que como la perfección no debe sostenerse día a día, nos vemos cada vez que nuestros deseos se desean entre agendas muy ocupadas.

Nunca sabemos cuando volveremos a vernos y esa precisamente es la magia que tenemos. POrque siempre aparecemos y nos esmeramos para tener ganas suficientes de volver a vernos en algún tiempo inconcluso e indefinido en el tiempo.

Ambos sabemos que los sentimientos están bajo cubierta, de tal manera que nos encuentros son limpios reponedores y libres de culpa, frescos e instantáneos.

Vivimos la intensidad del momento, sin comprometer a nuestros corazones, cubrimos nuestras vulnerabilidad, con un poquito de seguridad clandestina, entre deseos inconscientes y fervientes. Eso equilibra nuestras apetencias, y evita que en nuestras vidas reales nos cojan desprevenidos nuestros deseos carnales.

Por otro lado estaba Pablo, mi príncipe de la montaña, moreno despreocupado, que se colaba entre las rendijas de mi privacidad, dejando por mi casa restos suyos con despreocupación, como aquellas personas que van conquistando el mundo a cada paso, lanzando camisetas a la cama después de ducharse, dejando en mi casa su ropa, sus CDs de música, convencido de los que van creando lazos y uniones por donde pasan, lo bastante fuertes como reencontrarnos cuando queramos.

Llega con sus botas, cuerdas de montaña... y me da, sin que me importe demasiado, un detalle del tiempo en el que no nos vemos. Con el a ratos, se esfuerza en crear una ilusión de una vida en común, y lo peor es que en ocasiones inconscientemente funciona.

A veces me sorprendía no encontrármelo haciendo ruido, pululando por ahí recogiendo aperos para lanzarse a una nueva aventura de rocas y nieves. Con el podía abrazarme a su pecho cuando sentía que el peso de las obligaciones cotidianas que me superaban, quizá fuera mi almohada favorita.
Pero cuando me recupero de esos momentos de debilidad, me hastía que se adueñe de mi taza favorita de café, que deje abiertas todas las luces, que se invente excusas para pasar casualmente por mi casa y que se apalanque en mi sitio favorito del sofá, mientras se pone esas graciosas gafitas para ver las películas. A veces lo adoro, pero me empalaga y me pesa.

Pablo es pura energía, impetuoso, fogoso. Vive el sexo sin inhibiciones ni complicaciones, es un amante incansable que intenta por todos los medios penetrar en la desnudez de mi alma, eso me desconcierta y al mismo tiempo me pone furiosa; no se va ganando mis razonables murallas de intimidad, entra y recoge lo que piensa que es suyo como un vikingo arrasando una población costera que, por algún motivo le gusta especialmente. Esos mismos ojos sinceros, y a la vez un poco simples como los de cordero, me daban pena, porque no quisiera hacerles daño.

Muchos dirían que era una egoísta, lo se, pero no es cierto. Cada uno nos dábamos lo que estábamos preparados a ofrecer, pero todo es una cuestión de proporcionalidad y equilibrios.
A veces las gentes encajan solas, y otras por muchos deseos e intentos que hagamos, no penetran en nuestras vidas ni con calzador.

Ahí aprendes que hay que dejarse que las cosas fluyan solas, sin forzales, como todo río que baja por el valle y encuentra su caudal natural, y cada riachuelo el suyo.
Pero entonces no lo sabia, aunque ya estaba empezando a intuirlo.
Por eso algunos días, a pesar del elegante glamour y madurez de uno, y la excesiva energía y simpleza del otro, yo me sentía perdida y vacía, y culpable.

Recuerdo de aquellos últimos encuentros en esa época, los fui diluyendo, se volvieron espaciados, suaves, tranquilos, conversados, si prisas, donde poco a poco, entre cena y cena, sin pausas, fuimos desnudando nuestro ser sincero, y aunque poco a poco , tenían sus corazones ligeramente heridos, se creo entre nosotros una complicidad mágica, donde reposamos el peso del otro, y nos colocamos en las vitrinas del alma del otro, como un cálido e intimo recuerdo, que nos pertenecerá y formara parte de la riqueza de nuestro pasado para siempre, ya no serán personas anónimas sin cara. Se crea a veces entre personas que se encuentran, algo parecido a una magia. años después quien iba a saber, los volví a ver en épocas separadas y los vi bien, nos mirábamos furtivamente con la aprobación y gratitud del que se alegra que un viejo amigo se encuentre bien, realmente con todo su cariño en el alma.


El otro día me encontré a Hugo, estaba en un famoso centro comercial cargando unas bolsas  con una preciosa mujer de pelo castaño, y una niña completamente vestida de tul rosa.
Me miró como toro entrando en un matadero, hice prudentemente como que no lo había visto, no quería hacer espejo de su lamentable situación de animal castrado . La cobardía es el refugio de los que entre las prioridades de su ego y su libertad, eligen siempre el camino mas fácil, y luego pagan toda la vida por ello. Y ya lentos y heridos, en la oscuridad de su doble vida, embisten a cualquier doméstica gallina que pase al lado como comida en tarrina.

Mientras miran volar sobre sus jaulas a las aves libres, esplendidas de plumas, ojos serenos y almas sin deudas, pasear entre árbol y árbol, de espesa naturalidad camino a cualquier lugar.

5 comentarios :

  1. De la que se libraron... muy afortunados los dos... si pudiera les pasaría un décimo de lotería por su espalda...

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  2. Pues si
    Suerte para los tres realmente, ni éramos las personas adecuadas, ni el momento ni el lugar
    Por suerte después conoces los Aves del Paraíso machos, y descubres por qué luego era imposible que encajase jjjj

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  3. Los aves del paraíso ya son otro nivel jjjj

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  4. El problema de conocer a un autentico Ave del Paraiso, no es solo que sea un rey. Un autentico "rey", extraordinaria rara avis, que sepa conquistar lo que quiere o que sean seres realmente excepcionales, singulares. Lo peor de un rey asi, no es vivirle, sino sobrevivirle

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  5. Quiza motivo por el que empece este blog

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