8 sept 2017

Aunque el cielo se nos caiga sobre la cabeza - Sara


SARA

Sara estaba terminando de asearse. Al salir del baño, se había envuelto en una amplia toalla naranja, dejando solo al descubierto las piernas y los hombros. Cogió un spray del estante y roció sus cabellos oscuros con un fluido y perfumado serum. El peine de hueso separó la sedosa capa en largas estrías semejantes a surcos oscuros y rojizos, apagó la radio y encendió la lamparita que estaba unida al espejo, acercándose para cerciorarse de ponerse bien el aceite de coco que cubría ahora su piel, apagándola después.

Se quitó la toalla y se acercó andando pausadamente a su dormitorio. En el espejo, se podía ver a quien se parecía: a la morena que representaba el papel de Joanna Hanley en la serie "Burden of Truth". Tenia la cabeza redonda, las orejas pequeñas, la nariz recta y la tez dorada. Sonreía a menudo con la sonrisa de una niña pequeña, lo que, por fuerza, había acabado por hacerle una interna sonrisa en los ojos, aunque estuviera seria. Era menuda y muy simpática. El nombre de Sara le venia bastante bien. Hablaba con dulzura y alegremente al mismo tiempo. Casi siempre estaba de buen humor, el resto del tiempo, se dedicaba a concentrarse en sus quehaceres diarios, que le exigían bastante concentración para no morir de hastío, en una estudiada rutina impostada.

Dejó vaciarse la bañera quitando el tapón, donde ramas enteras de tomillo se habían infusionado en ella, dejando una rejilla para que no se atorara y se esparciera por los lados. Colocó la alfombrilla del baño en el borde de la  bañera y se puso a canturrear.
Deslizó los pies en unas sandalias de piel, y se vistió un sencillo pero cómodo atuendo de estar en casa para acoger a los amigos de corazón. Puso la toalla a secar en el tendedero azul, y salió de la terraza dirigiéndose a la cocina, a fin de inspeccionar los últimos preparativos para la cena.

Gloria, que vivía muy cerca, iba a ir a cenar, como hacia todos los viernes por la noche.
No era mas que jueves, pero Sara tenía ganas de verla y de hacerle saborear el menú que se había ido preparando a lo largo de toda la semana con la serena alegría, de los que disfrutan sorprendiendo a las gentes que aprecian. 
Gloria, soltera a elección como ella, tenia también la misma edad, era flacucha  pero con las piernas finas,  huesudas y muy largas, mas negra que el betún, aunque nació en otra ciudad cercana, su padre era de Ghana, y ella tenía la misma sonrisa y amplia que él. Una sonrisa sincera, blanca y radiante que iba de oreja a oreja.
Gloria no se parecía prácticamente en nada a Sara, aunque tenía gustos afines pero menos capacidad económica.

Sara poseía una fortuna suficiente para vivir bien toda su vida sin trabajar para nadie. Pero por circunstancias familiares, vivía en una austeridad elegida, para que al revés que ellos, pudiera vivir con la mayor normalidad posible, pasando desapercibida y ser relativamente feliz sin todas las imposturas de las podridas y viejas sagas familiares.

En cambio Gloria, tenia que ir todos los meses al banco de alimentos, preparar constantemente documentación para demostrar que era ridículamente pobre, para sobrevivir con una mísera pensión, y demostrar que aunque tuviera una carrera de magisterio en educación especial, no le daba para vivir al nivel mínimo que se demandaba con sus cuatro horas la semana como profesora auxiliar en un elitista colegio privado de la ciudad, donde la mayoría de jefes y empleados,  enchufados por relaciones familiares con politicuchos de medio pelo, expedían títulos de dudoso origen, como el que regala una muñeca chochona en la tómbola. Resultaba difícil dar órdenes a personas mejor vestidas, y mejor comidas que una, aunque supiera de la profesión mas que aquella panda de holgazanas.

Sara la ayudaba en cuanto podía, invitándola a comer o cenar siempre que venia a mano, pero el orgullo de Gloria la obligaba a actuar con tacto, no demostrando con favores demasiado frecuentes que la estaba ayudando, y aun mas si cabe, sin que percibiera que pudiera estar en una ventaja económica superior, sin que se resintiera su amistad, ni mostrara unas cartas que elegía ignorar.

Esa semana contrató una antigua y jubilada cocinera, Tomasa, para ayudar a ambas, y de paso disfrutar de su compañía y aprender cosas nuevas. Tomasa se permitía disfrutar por fin, de lo que hasta su jubilación fue su peor pesadilla. Ahora lo hace por placer, pero confesó en alguna ocasión que "aun tiembla" al recordar aquellas jornadas de trabajo extenuante e interminable.

En aquellos tiempos, se llegaron a servir mas de 1.500 servicios al día en fiestas, y el pequeño restaurante del pueblo, no contaba ni con el menaje ni con la cubertería suficiente, como abastecer tanta demanda, trayendo los perolos del sanatorio y las casas de los vecinos, lo que generaba un volumen con tal complicada labor de intendencia, que ni  propias de un coronel de régimen militar. Las comidas del día que no se podían congelar, se preparaban la víspera y noche anterior (en vela) para que no se echaran a perder, y las carnes, pescados y pollos los compraban semanas antes de los pueblos de alrededor, congelándolos en todos los frigoríficos domésticos e industriales que encontraban. Por lo que no era raro la irrupción de idas y venidas en casa de las Manuelas, entre plato y plato.

Si era dura la tarea de cocinar para mas de mil y pico personas, no lo era menos el fregado que les esperaba a continuación, donde tanto los voluntarios como Tomasa, una vez finalizado y recogido el servicio, se ponían el bañador y se sumergían en la piscina en el exterior del restaurante para fregar. Cincuenta litros de jabón casero, convertían la piscina en un enorme fregadero, mientras otro equipo armado con mangueras aclaraba y dejaba secar los cacharros al sol - "Eran tiempos en los que no habían comodidades como los cubiertos de plástico".

Sara dejaba hacer a esas manos expertas y llenas de arrugas que se movían ligeras como el viento. Tomasa le explicó el menú, con el tono cansado y obvio de la gallina explicando a un pollito la evidencia del por qué tienen plumas y son amarillos. También el proceso de cómo había ido macerando algunos ingredientes que solícitamente Sara buscaba y compraba bajo su estricta supervisión. - "De acuerdo, creo que a Gloria le gustará, bueno, voy a ocuparme de terminar de poner la mesa"-. 

A Sara le gustaba decorar las mesas con objetos de temporada, hacer sencillas pero alegres composiciones: manojos de hojas recogidas en otoño y una gran rama seca en el centro donde ponía velas, ramitas trenzadas de pino y cáscara de naranja secada en la chimenea con anís en invierno, sencillos y cortos ramilletes de hinojo con florecillas de campo en primavera, o conchas recogidas de la playa, arena y piedras en verano. Parece una tontería, pero crear expectativas en las cosas sencillas, hacia que tanto la espera como la bienvenida, fueran deseadas por amigos y vecinos, especialmente Gloria, donde el ingenio para las sorpresas mutuas, eran sus mejores armas de amistad y creatividad.

En esta ocasión Sara atravesó el pasillo en sentido contrario de la cocina, para inspeccionar por sorpresa su trabajo ya hecho, y ver la sensación que causaba si alguien lo miraba por primera vez.

La estancia de tres por cuatro metros, daba a la espalda de la calle principal, a través de una terraza antigua. Un espejo y varios cuadros, daban paso a dichas ventanas ligeramente abiertas, dejando entrar a través de las cortinas los aromas del inicio del otoño cuando este al anochecer subía el azogue del día y desde el suelo, embriagaba por el exterior.

El mobiliario de la sala emprendía el resultado de largos viajes, entre los que no se incluía ningún merchandising comprado por cualquier turista, ni máscaras, ni "recuerdos de", pero que sin embargo desprendían un olor continental a viejo barco de mercancías de las indias occidentales.
En el viejo aparador de la abuela, los portaplatos, mecedora, baúles y gramófono, estaban exactamente en la ubicación original de una casa de esa época, con la suerte del que parece que en el aire todavía se podía percibir algún viejo rincón, donde si algún fantasma de 1920 se hubiera mantenido con vida, se hubiera sentido como en casa a pesar de todo.

Sara escogió un mantel color turquesa muy oscuro que tenia hace muchos años, a juego con la alfombra, ajustando el centro de mesa otoñal, constituido por la estructura del esqueleto de un ave, una pieza salvaje, que fue herida por un rayo en una de esas tormentas a finales de agosto, de donde brotaban ramas de poda de otoño como brezo y árboles de hoja caduca, mezcladas con ramas de lavanda y salvia florecidas en verano, y aún guardaban cierto olor intenso, además del color de rosales trepadores, cuyas ramas secas y enfermas, que una vez podadas y bien elegidas, hacían una perfecta alegoría de la vida y la muerte, el si y el no, el ser y el estar, el ying y el yang, el 0 o el 1, y como todo símbolo de otoño, la preparación y recolección de frutos ricos, para jugar a esconderse y acurrucarse en el invierno.

Puso los platos, vasos de cristal, servilletas de tela, y demás aparejos para comer entre gentes civilizadas. Apenas había dado fin a la disposición de estos preparativos, cuando el timbre repicó con alegría anunciando la llegada de Gloria, Tomasa gritando desde la cocina se dispuso a gritar aún mas, por si nadie la había oído la primera vez: - "Esto esta listo y huele que alimentaaa. Voy yo. Voy yoo!!" - asegurándose que bajo ningún concepto nadie le pudiera quitar la sombra ni mérito alguno del delicioso conjunto de olores que se desprendían y salían a bocanadas de la cocina.









2 comentarios :

  1. Veo que no me han invitado esas malditas egoístas...

    Besos susceptibles, jajaja

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  2. jajajaja bueno, si te portas bien,
    cosa que dudo
    quiza algun dia, muy, muuuy lejano
    te lo ganes

    jajajaja

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