SARA
Sara
estaba terminando de asearse. Al salir del baño, se había envuelto en una
amplia toalla naranja, dejando solo al descubierto las piernas y los hombros.
Cogió un spray del estante y roció sus cabellos oscuros con un fluido y
perfumado serum. El peine de hueso separó la sedosa capa en largas estrías
semejantes a surcos oscuros y rojizos, apagó la radio y encendió la lamparita
que estaba unida al espejo, acercándose para cerciorarse de ponerse bien el
aceite de coco que cubría ahora su piel, apagándola después.
Se
quitó la toalla y se acercó andando pausadamente a su dormitorio. En el espejo,
se podía ver a quien se parecía: a la morena que representaba el papel de Joanna
Hanley en la serie "Burden of Truth". Tenia la cabeza redonda, las
orejas pequeñas, la nariz recta y la tez dorada. Sonreía a menudo con la
sonrisa de una niña pequeña, lo que, por fuerza, había acabado por hacerle una
interna sonrisa en los ojos, aunque estuviera seria. Era menuda y muy simpática.
El nombre de Sara le venia bastante bien. Hablaba con dulzura y alegremente al
mismo tiempo. Casi siempre estaba de buen humor, el resto del tiempo, se
dedicaba a concentrarse en sus quehaceres diarios, que le exigían bastante
concentración para no morir de hastío, en una estudiada rutina impostada.
Dejó
vaciarse la bañera quitando el tapón, donde ramas enteras de tomillo se habían infusionado
en ella, dejando una rejilla para que no se atorara y se esparciera por los
lados. Colocó la alfombrilla del baño en el borde de la bañera
y se puso a canturrear.
Deslizó
los pies en unas sandalias de piel, y se vistió un sencillo pero cómodo atuendo de
estar en casa para acoger a los amigos de corazón. Puso la toalla a secar en el tendedero azul, y salió de la
terraza dirigiéndose a la cocina, a fin de inspeccionar los últimos preparativos
para la cena.
Gloria,
que vivía muy cerca, iba a ir a cenar, como hacia todos los viernes por la
noche.
No
era mas que jueves, pero Sara tenía ganas de verla y de hacerle saborear el menú
que se había ido preparando a lo largo de toda la semana con la serena alegría,
de los que disfrutan sorprendiendo a las gentes que aprecian.
Gloria,
soltera a elección como ella, tenia también la misma edad, era flacucha pero con las
piernas finas, huesudas y muy largas, mas negra que el betún, aunque nació
en otra ciudad cercana, su padre era de Ghana, y ella tenía la misma sonrisa y
amplia que él. Una sonrisa sincera, blanca y radiante que iba de oreja a oreja.
Gloria
no se parecía prácticamente en nada a Sara, aunque tenía gustos afines
pero menos capacidad económica.
Sara
poseía una fortuna suficiente para vivir bien toda su vida sin trabajar para
nadie. Pero por circunstancias familiares, vivía en una austeridad elegida,
para que al revés que ellos, pudiera vivir con la mayor normalidad posible, pasando desapercibida y ser relativamente feliz sin todas las imposturas de
las podridas y viejas sagas familiares.
En
cambio Gloria, tenia que ir todos los meses al banco de alimentos, preparar
constantemente documentación para demostrar que era ridículamente pobre, para sobrevivir con una mísera pensión, y demostrar que
aunque tuviera una carrera de magisterio en educación especial, no le daba para
vivir al nivel mínimo que se demandaba con sus cuatro horas la semana como
profesora auxiliar en un elitista colegio privado de la ciudad, donde la mayoría de
jefes y empleados, enchufados por relaciones familiares con politicuchos de medio pelo, expedían títulos de
dudoso origen, como el que regala una muñeca chochona en la tómbola. Resultaba difícil dar órdenes a personas mejor vestidas, y mejor
comidas que una, aunque supiera de la profesión mas que aquella panda de
holgazanas.
Sara
la ayudaba en cuanto podía, invitándola a comer o cenar siempre que venia a
mano, pero el orgullo de Gloria la obligaba a actuar con tacto, no demostrando con favores demasiado frecuentes que la estaba ayudando, y aun mas si cabe, sin
que percibiera que pudiera estar en una ventaja económica superior, sin que se
resintiera su amistad, ni mostrara unas cartas que elegía ignorar.
Esa
semana contrató una antigua y jubilada cocinera, Tomasa, para ayudar a ambas, y
de paso disfrutar de su compañía y aprender cosas nuevas. Tomasa se permitía
disfrutar por fin, de lo que hasta su jubilación fue su peor pesadilla. Ahora lo hace por placer, pero confesó en alguna ocasión que "aun tiembla" al recordar aquellas jornadas de trabajo extenuante e interminable.
En aquellos tiempos, se llegaron a servir mas de 1.500 servicios al día en fiestas, y el pequeño restaurante del pueblo, no contaba ni con el menaje ni con la cubertería suficiente, como abastecer tanta demanda, trayendo los perolos del sanatorio y las casas de los vecinos, lo que generaba un volumen con tal complicada labor de intendencia, que ni propias de un coronel de régimen militar. Las comidas del día que no se podían congelar, se preparaban la víspera y noche anterior (en vela) para que no se echaran a perder, y las carnes, pescados y pollos los compraban semanas antes de los pueblos de alrededor, congelándolos en todos los frigoríficos domésticos e industriales que encontraban. Por lo que no era raro la irrupción de idas y venidas en casa de las Manuelas, entre plato y plato.
Si era dura la tarea de cocinar para mas de mil y pico personas, no lo era menos el fregado que les esperaba a continuación, donde tanto los voluntarios como Tomasa, una vez finalizado y recogido el servicio, se ponían el bañador y se sumergían en la piscina en el exterior del restaurante para fregar. Cincuenta litros de jabón casero, convertían la piscina en un enorme fregadero, mientras otro equipo armado con mangueras aclaraba y dejaba secar los cacharros al sol - "Eran tiempos en los que no habían comodidades como los cubiertos de plástico".
Sara dejaba hacer a esas manos expertas y llenas de arrugas que se movían ligeras como el viento. Tomasa le explicó el menú, con el tono cansado y obvio de la gallina explicando a un pollito la evidencia del por qué tienen plumas y son amarillos. También el proceso de cómo había ido macerando algunos ingredientes que solícitamente Sara buscaba y compraba bajo su estricta supervisión. - "De acuerdo, creo que a Gloria le gustará, bueno, voy a ocuparme de terminar de poner la mesa"-.
En aquellos tiempos, se llegaron a servir mas de 1.500 servicios al día en fiestas, y el pequeño restaurante del pueblo, no contaba ni con el menaje ni con la cubertería suficiente, como abastecer tanta demanda, trayendo los perolos del sanatorio y las casas de los vecinos, lo que generaba un volumen con tal complicada labor de intendencia, que ni propias de un coronel de régimen militar. Las comidas del día que no se podían congelar, se preparaban la víspera y noche anterior (en vela) para que no se echaran a perder, y las carnes, pescados y pollos los compraban semanas antes de los pueblos de alrededor, congelándolos en todos los frigoríficos domésticos e industriales que encontraban. Por lo que no era raro la irrupción de idas y venidas en casa de las Manuelas, entre plato y plato.
Si era dura la tarea de cocinar para mas de mil y pico personas, no lo era menos el fregado que les esperaba a continuación, donde tanto los voluntarios como Tomasa, una vez finalizado y recogido el servicio, se ponían el bañador y se sumergían en la piscina en el exterior del restaurante para fregar. Cincuenta litros de jabón casero, convertían la piscina en un enorme fregadero, mientras otro equipo armado con mangueras aclaraba y dejaba secar los cacharros al sol - "Eran tiempos en los que no habían comodidades como los cubiertos de plástico".
Sara dejaba hacer a esas manos expertas y llenas de arrugas que se movían ligeras como el viento. Tomasa le explicó el menú, con el tono cansado y obvio de la gallina explicando a un pollito la evidencia del por qué tienen plumas y son amarillos. También el proceso de cómo había ido macerando algunos ingredientes que solícitamente Sara buscaba y compraba bajo su estricta supervisión. - "De acuerdo, creo que a Gloria le gustará, bueno, voy a ocuparme de terminar de poner la mesa"-.
A
Sara le gustaba decorar las mesas con objetos de temporada, hacer
sencillas pero alegres composiciones: manojos de hojas recogidas en otoño
y una gran rama seca en el centro donde ponía velas, ramitas trenzadas de pino
y cáscara de naranja secada en la chimenea con anís en invierno, sencillos y
cortos ramilletes de hinojo con florecillas de campo en primavera, o conchas
recogidas de la playa, arena y piedras en verano. Parece una tontería, pero
crear expectativas en las cosas sencillas, hacia que tanto la espera como la
bienvenida, fueran deseadas por amigos y vecinos, especialmente Gloria, donde el
ingenio para las sorpresas mutuas, eran sus mejores armas de amistad y creatividad.
En
esta ocasión Sara atravesó el pasillo en sentido contrario de la cocina, para
inspeccionar por sorpresa su trabajo ya hecho, y ver la sensación que causaba si
alguien lo miraba por primera vez.
La
estancia de tres por cuatro metros, daba a la espalda de la calle principal, a través
de una terraza antigua. Un espejo y varios cuadros, daban paso a dichas
ventanas ligeramente abiertas, dejando entrar a través de las cortinas los aromas del inicio del otoño
cuando este al anochecer subía el azogue del día y desde el suelo, embriagaba
por el exterior.
El
mobiliario de la sala emprendía el resultado de largos viajes, entre los que no
se incluía ningún merchandising comprado por cualquier turista, ni
máscaras, ni "recuerdos de", pero que sin embargo desprendían un olor
continental a viejo barco de mercancías de las indias occidentales.
En
el viejo aparador de la abuela, los portaplatos, mecedora, baúles y gramófono,
estaban exactamente en la ubicación original de una casa de esa época, con la
suerte del que parece que en el aire todavía se podía percibir algún viejo rincón,
donde si algún fantasma de 1920 se hubiera mantenido con vida, se hubiera sentido como en casa a pesar de todo.
Sara
escogió un mantel color turquesa muy oscuro que tenia hace muchos años, a juego
con la alfombra, ajustando el centro de mesa otoñal, constituido por la
estructura del esqueleto de un ave, una pieza salvaje, que fue herida
por un rayo en una de esas tormentas a finales de agosto, de donde brotaban
ramas de poda de otoño como brezo y árboles de hoja caduca, mezcladas con ramas
de lavanda y salvia florecidas en verano, y aún guardaban cierto olor intenso, además del color de rosales trepadores, cuyas ramas secas y
enfermas, que una vez podadas y bien elegidas, hacían una perfecta alegoría de
la vida y la muerte, el si y el no, el ser y el estar, el ying y el yang, el 0
o el 1, y como todo símbolo de otoño, la preparación y recolección de frutos
ricos, para jugar a esconderse y acurrucarse en el invierno.
Puso
los platos, vasos de cristal, servilletas de tela, y demás aparejos para comer entre gentes
civilizadas. Apenas había dado fin a la disposición de estos preparativos,
cuando el timbre repicó con alegría anunciando la llegada de Gloria, Tomasa
gritando desde la cocina se dispuso a gritar aún mas, por si nadie la había oído la primera vez: - "Esto esta listo y huele que
alimentaaa. Voy yo. Voy yoo!!" - asegurándose que bajo ningún concepto nadie le pudiera
quitar la sombra ni mérito alguno del delicioso conjunto de olores que se desprendían y salían a bocanadas de la cocina.
Veo que no me han invitado esas malditas egoístas...
ResponderEliminarBesos susceptibles, jajaja
jajajaja bueno, si te portas bien,
ResponderEliminarcosa que dudo
quiza algun dia, muy, muuuy lejano
te lo ganes
jajajaja