

Obviando que anteriormente tenía previsto hablar del capítulo VI siguiente al anterior,
viendo las imágenes de la ciudad de Játiva, he preferido comentar un capítulo más hermoso,
que hace una fina descripción de "señales" del amor que descubren al ser humano enamorado, y empieza así:
Capítulo II: Sobre las señales del amor
"Tiene el amor señales que persigue al hombre avisado y que puede llegar a descubrir un observador inteligente.
Es la primera de todas la insistencia de la mirada, porque es el ojo puerta abierta del alma, que deja ver sus interioridades, revela su intimidad y delata sus secretos. Así, verás que cuando mira el amante no pestañea y que se muda su mirada adonde el amado se muda, se retira adonde él se retira, y se inclina adonde él se inclina, como hace el camaleón con el sol. Sobre esto he dicho en un poema:
Mis ojos no se paran sino donde estás tú.
Debes tener las propiedades que dicen del imán.
Lo llevo adonde tú vas y conforme te mueves,
como en la gramática el atributo sigue al nombre
Claro es que estas señales aparecen antes que prenda el fuego del amor y el calor abrase y el tizón arda y se levante la llama, porque, una vez que el amor se enseñorea y hace pie, no ves más que coloquios secretos y un paladino alejamiento de todo lo que no sea el amado.
Unos versos que tengo compuestos en que se declaran reunidas muchas de estas señales, y de ellos son los siguientes:
Cuando se trata de ella, me agrada la plática,
y exhala para mí un exquisito olor de ámbar.
Si habla ella, no atiendo a los que están a mi lado
y escucho sólo sus palabras placientes y graciosas.
Aunque estuviese con el Príncipe de los Creyentes,
no me desviaría de mi amada en atención a él.
Si me veo forzado a irme de su lado,
no paro de mirar atrás y camino como una bestia herida;
pero, aunque mi cuerpo se distancie, mis ojos quedan fijos en ella,
como los del náufrago que, desde las olas, contemplan la orilla.
Si pienso que estoy lejos de ella, siento que me ahogo
como el que bosteza entre la polvareda y la solana.
Si tú me dices que es posible subir al cielo,
digo que sí y que sé dónde está la escalera."
Este largo capítulo lo resumo y le hago poda estival, solaz y veraniega, pues destaco en él lo más bello y exquisito para mí, dejando al lector curioso, si tiene interés en querer conocer el secreto de lo que aumenta y acontece, observar el resto del capítulo, con sus propios ojos en otro sendo libro del mismo nombre, si en él desea descubrir todos sus tesoros.
Y añado de mi cosecha pues:
Si el amor se asienta en el alma
no tiene sino huella de una enfermedad
un comportamiento extraño en él,
una convalecencia lánguida,
aletargado y vigorizado en extremo
que no es sino
síntoma de la preparación del cuerpo
para lo que ha de sobrevenir al alma
y lo que aconteciere en el futuro:
Dolosas calamidades
tormentos en las entrañas
y placeres en los tormentos.
Y mañana prosigo,
con otras interesantes señales al respecto,
de las que ya se hacían eco
hace unos mil años antes que ahora.