Un día de final de verano, murió el anciano rey de los vinos, habitaba en un cuerpo la de vieja pelleja, la de sabiduría de alteza.
Mi reina, mi vieja, mi sabia.
Murió de madrugada si apenas decirnos nada.
Mi anciana dejó su aliento sin descontento.
Un suspiro de hada en la nada. Callada.
La vieja hada de la nada domaba a los perros viejos con su mirada. Su tierna pata complaciente, iba de diente en diente, a todos comía, a todos servía un poquito de la vida, de la vasija de barro sacó lo mejor de cada guarro, y todos asentían felices sus óptimas directrices.
Ese verano fué invierno para todos, los blancos los negros los gitanos los perros.
Domesticó a una paloma con su mirada embobada, de haba lavada.
Limpia y pura se fué a la sepultura.
Buenas noches, criatura.
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