11 dic 2013

TAM TAM LA BAILARINA


Era un sitio cualquiera, otro rincón olvidado, atrapado entre el mar y la montaña, hacia las fronteras de cualquier lugar.

Allí no hay nada.

Una carretera cada vez mas mala que se detiene, curiosa, ante el mar. La cordillera, mujer tumbada, va en paralelo a ella hasta el final y se sumerge en la tranquila hondonada, donde algunas rocas lejanas, brotando como islotes, se divisan espaciadas. Algunos pueblecillos humildes, sembrados a orillas de la carretera, aparecen escondidos a los ojos de turistas ociosos de lugares mas exoticos, sin embargo esto era el polvo, una carretera secundaria hace mucho tiempo olvidada. Al caer la tarde grandes estelas de humo resinoso se iluminan, surgidos de las hogueras de maderas aun verde, circulando por entre la densidad que rezuma en el aire.

Al largo del camino, junto al automóvil, divisé a niña y anciano, irian de aldea en aldea. Cuando llegaron, yo me encontraba allí por casualidad, como siempre. Un pequeño y monótono tam tam los anunciaba desde por la mañana, sin respiro llamaba con emergencia cansada, implorando que fuesen a verlos. Al anochecer, los caminos se llenaban curiosos, quizá venidos de otros pueblos.

Cuando llegue a esa choza mugrosa, estaba oscura y llena de gente. El olor a humedad tras las repentinas lluvias veraniegas, salía de los cuerpos como vahos de multitud. Se colo en mi traquea, como humo denso de un habano, sin dejarme respirar. Como un asco hediondo, a cuerpo infecto, alimentándose de mal ajeno. En medio, sobre un estrado desnudo, la niña estaba bailando ya, en una suerte de espectáculo, pobre de medios y recursos, unas lámparas humeantes parecían aislarla del resto del mundo, de la incipiente noche. Un viejo, acuclillado en un rincón, ora de pie, ora arrodillado, cantaba una larga perorata, antes de entonar una tediosa canción a ritmo duro. Su voz era hueca y cascada. Fea, con el timbre de los que ponen la pasión en un rimo implacable. A veces. Para seguir la locura hipnotica, clamaba afónico, y su grito padecía el dolor crónico, la oscura resignación de los olvidados. Este recuerdo valdío, como tantos otros, apareciendo de repente en mis ojos, han seguido siendo para mi como fugaces visiones de tantas vidas pasadas,  sobrevividas, abarcadas, en una sola.

La muchacha baila, todavía joven, y sin embargo sus ojos ondean una vejez incipiente, una belleza decadente de flor ajada aun antes de germinar. Ha debido caminar largos días bajo el sol, tiene la piel de los hombros quemada, los pesados aretes metalicos de imitación, adornan sus timidos huesos, parecen morderla. No sabe  bailar, ni actuar. Creo que tampoco a nadie le importa.

Se entrega a una danza hueca sin remedio, da su juventud, vaciándose, aun antes de sumergirse en la nada. Aun antes de la silvestre danza, el viejo alaridos pasara la bolsa abierta, buscando su beneficio durante toda la noche. Los buitres pastan ociosos sus ojos, sobre la muerte adelantada, ambos extremos de la vida, juventudy vejez de la mano, unos a punto de dejarla, y los que casi no han nacido para el mundo, nadie querría a esa salvaje cenicienta, a una pequeña criada, ni a ese viejo ennegrecido, que no vale ni para caldo. Por el día dormirá por alguna cuneta, o recorre el camino con este olvidado mentor, no debe tener mas que ella, una huida de caminos, una comida sin huella.

Ella y el viejo empiezan a la vez. Las primeras notas cantadas son bajas. Tenebrosas. Enseguida se percibe que llaman a otras mas lejanas. La danza comienza, sobriamente, como poniendo atención de nacer en el momento preciso. Empieza golpeando con el talón, en seco, elevándose sinuosa, lenta, hasta las huesudas caderas, ensanchándose hasta el torso, que se encierra entre los brazos, como una joya invisible, valiosa, donde la danza trata de escaparse sin vaciarse.

De repente la cadera se inmoviliza, las piernas se separan y los pies se fijan al suelo, entonces los brazos exploran nuevos recorridos, como saliendo del cuerpo, y el incipiente busto recibe de pronto la gracia y se apodera de el la necesidad de la danza. Los dedos giran sobre las palmas, suplicantes, los brazos quebrados están como rotos por una responsabilidad demasiado grande, una vez ha empezado el lance inicial, de repente veo un quiebro crispado, unos movimientos aleatorios y ora contrariamente, y me percato que es una pagana, no sabe bailar, pero los entiendo, entiendo la supervivencia de formas, ante los ojos no entrenados, y agradecidos, de un espectáculo callejero, me percato de su dolor de camino, en el vacío de los tiempos de carretas.Como una jaula de carne y hueso donde el pájaro se desenfrena antes de su ultimo canto. Una vida que no ha escogido, pero que posee su alma, quiza ella es libre solo en esa danza, y la urge en si, en completa soledad. De repente, tal como ha empezado, la danza cesa.

La bailarina vuelve a su pequeño cuerpo cansado, de niña vieja, casi muchacha. Brillante del calor, con resuello, desplomada, el viejo procede a contar una nueva historia, una nueva pasada de bolsa para recoger calderilla, las pequeñas ganancias y un nuevo comienzo a otra muerte de cisne. Todos la seguían con la visión, descansando en su rincón, con esa curiosidad insolente, baja y cruel. Para el segundo baile, se desvistió de alguna prenda, su menuda hazaña, acaparo la atención, y se lleno cada vez mas de gente deseosa, a causa de aquella fatiga a la que se entregaba inocente. Salí asqueada. Debió estar bailando toda la noche. Porque durante mucho tiempo el pequeño tam tam lanzo su llamamiento al sacrificio de la pequeña, y no ceso, hasta que el alba fresca entro en la choza agotada.

Gracias aeste baile comprendí la danza eterna, sagrada, de las culturas, por su huella latente de siglos omitidos a través de esa criatura, mala copia de un antiguo destino, la danza que desde hace siglos nutre con su magia al pueblo, dejando un vestigio de gran ceremonial, originado cientos de años atras hasta esa maldita y ruin choza oscura.

Se marcharon con el día, como carne de molino, agua de río, no suelen detenerse en ninguna parte. La preciosa bailarina se reiría en el baile de su destino, sin comprender que ella era como la abeja, también escogida por el destino para llevar a lugares lejanos el mensaje de su danza mal aprendida.


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