14 jun 2018

Cuando la curiosidad mató al gato

Plinio, de  curiosidad desmedida vivió hace mucho tiempo.
Plinio el viejo, coleccionista de todo tipo de informaciones acerca de todo tipo de cosas.

“La curiosidad mató al gato”. Cayo Plinio Segundo, al que hoy se conoce como Plinio el Viejo, en contraposición a su sobrino, Plinio el Joven, vivió en el Siglo I y es considerado como un precursor del enciclopedismo y de la ciencia, salvando las naturales distancias que los abismos del tiempo imponen. Lo de la curiosidad no es baladí, leyendo los relatos que han llegado hasta nosostros sobre la vida de Plinio, se observa que era esa cualidad -¿o defecto?- lo que sirvió de argumento a su vida.

"Ya Jenofonte, entre los siglos V y IV a. C., relata en Anábasis (4, 8, 20-1) cómo sus diez mil soldados experimentaron el primer trip psicodélico registrado en la historia. Hambrientos y derrengados, los soldados encontraron numerosas colmenas silvestres a orillas del mar Negro y se apresuraron a consumir la apetitosa miel como postre de su escasa comida. Pronto empezaron a desvariar y se adentraron en una experiencia extraña, que no fue exclusivamente psicodélica y de la que no se recuperaron hasta días después. Plinio el Viejo (Plinio el Viejo, Historia Natural 21, 77-8), que de todo escribió de forma un tanto acrítica y a veces descabellada, se refirió a ella como «miel loca» del mar Negro e indicó que los rododendros y especies próximas eran plantas «mataovejas» y «asesinas de caballos». No se sabía entonces que éstas sintetizaban unas toxinas, originalmente denominadas «andromedatoxinas» y ahora designadas con el nombre genérico de «granayotoxinas», compuestos que la abeja incorpora a la miel desde la planta."

A Plinio le hubiera gustado dedicarse al estudio por el tiempo que le restaba de vida, pero el emperador tenía otros planes. Vespasiano lo nombró prefecto de la flota imperial en Miseno, el imponente puerto de guerra donde tenía sede la mejor flota del mundo antiguo. Ése es uno de los inconvenientes de ser un magnífico organizador, siempre era requerido para cargos importantes. Plinio se lo tomó como una oportunidad para aprender más cosas. Lo que no imaginó fue que al poco tiempo, el 24 de agosto del año 79, el Vesubio entraría en erupción y sepultaría violentamente a las ciudades de Pompeya y Herculano. La lógica y el deseo de supervivencia dictan que lo mejor es mantenerse lejos de catástrofes de ese tamaño. Pero no, cuando todos huían, Plinio decidió tomar varios barcos de guerra e ir a ver “qué pasaba”. Tenía que enterarse de primera mano, anotarlo todo, estudiar la erupción. Llegó con sus galeras a las costas napolitanas y ordenó socorrer a las asustadas gentes, muchos de ellos conocidos de Plinio, que esperaban en los muelles. Todos escapaban del infierno, el cielo era pura tiniebla, caían cenizas y rocas candentes, el aire casi era irrespirable, pero Plinio decidió quedarse y averiguar qué sucedía, claro está, murió de asfixia.

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