14 jun 2018

Bellas y "malvadas"?


Curiosidades de la Historia
de las mas temidas del Mundo...

(... y el silencio de su HISTORIA que alguna vez os contaré, desde las mas profundas costas ibéricas, las aguas guardan muchos secretos de la piel mojada que encubre las rocas de mares y océanos. Y de un pequeño archivo de indias, cuya transcripción me llegó al morir un familiar, salieron unos cuantos nombres lejanos, y muchos, muchísimos cercanos, del que ya os hablaré en otra ocasión, al ser mi abuelo mercader navegante, y por tanto un tanto forbante)

MEDITERRÁNEO:
Artemisa de Halicarnaso, la corsaria griega que pudo cambiar la historia
Teuta, la pirata virtuosa.
Lalla Aïcha, la última aristócrata musulmana que llevó el título de Sîda al-Hurra ("Señora Princesa"). Califa y patrona de corsarios.

MARES EN TIEMPOS OSCUROS:

Freydis, la asesina, hija de Erik el Rojo
Alvida, la valquiria del mar Báltico
Sigrid, "la Soberbia"
Aasa, la reina vengadora
Foelke "la Diabólica", la dueña de la llave
Jeanne de Clisson, la leona sangrienta
Jeanne de Montfort, la llama de la pasión.
Santa Juana y sus tocayas

LAS REBELDES EUROPEAS:

La marquesa de Fresne, la aristócrata renegada
Catalina y Ana, dos heroínas cervantinas
Lady Killigrew, su suegra y Juana "la Negra", empresarias, piratas y contrabandistas.
Garnuaile, la irlandesa que aterrorizó a los piratas ingleses
La Bella Molinera y la Viuda Osada, dos corsarias españolas del Siglo de Oro

EL MAR DE LA CHINA

Cheng I Sao (la conocidísima "Nu hai dao" o "mujer que roba en el mar"), Shih Yang, así se llamaba de soltera, con una flota que obtuvo cuando enviudó y fue una de las mas temidas.
Huang Pemei y Lai Choi San (en Macao)
Lo Hon Cho (del golfo de Tonkin)

MUJERES FORBANTES
(mmm... "autónomas")

Wanda, la sacerdotisa pirata
Anita Garibaldi, corsaria por amor
María Cruz Gomes, la negrera portuguesa apasionada

LAS DESHEREDADAS DE LAS AMÉRICAS:

Jaquotte Delahaye, la bucanera que nunca existió
Judith Armande, la ahijada del cardenal
Anne Bonny, la hija rebelde
Mary Read, soldado y pirata
María, Rachel, Mary y Margaret, esposas devotas y feroces piratas.

... y por supuesto


LA PRIMERA ALMIRANTE NAVAL DE LA HISTORIA

Isabel Barreto de Castro, natural de Pontevedra (España) de familia noble, conciliadora de Filipinas y adelantada (descubridora) de las Islas Salomón. Nieta de Francisco Barreto, un marino portugués de quien heredó su pasión por la navegación.

Tuvo que ponerse al mando de una flota española en 1595, en tiemposde Felipe II, cuando falleció su marido, Álvaro de Mendaña, de la provincia del Bierzo. El objetivo de la expedición era alcanzar las islas Salomón -estado independiente de Oceanía-, un viaje en el que Mendaña invirtió todo su patrimonio. Con este testamento, la viuda reclamó el título de Adelantada y Gobernadora, e increíblemente, dada la época, su petición fue aceptada. Ostentó el título de Adelantada del Mar Océano, desempeñándolos desde el galeón Santa Isabel, la nao capitana. Siendo vilipendiada por un portugués traidor, que oso manipular a la tripulación hasta hacerle motin, y cuya cabeza de amotinados tuvo que apuntar, para que no le faltaran el respeto y la tiraran al mar, al ser una aventurera y antetodo, capitán.

«Salir del Perú rumbo al Pacífico en busca de tierras lejanas y desconocidas...
recorrer más de ocho mil  millas náuticas (casi 15.000 km) arrostrando temporales,
privaciones y peligros, es gesta que hoy, la más deportiva de las mujeres, vestida con el actual atavío femenino, vacilaría en emprender; pero intentarlo en pleno siglo XVI, con chupa, jubón, golilla y miriñaque; resignarse al agua salobre y al escorbu- to, viviendo con una tripulación de hombres aventureros, es hazaña que sobrepasa toda imaginación y que solo se encuentra en pueblos como el nuestro, en el que la la fe, el heroísmo, el amor y la osadía sin límites han creado estos seres que tanto abundan en nuestra historia
y que no hubie capaz de concebir la más fecunda de las fantasías» (Bosch, 1943:5).

Los incas habían contado a los conquistadores españoles la existencia de

unas misteriosas islas en medio del Pacífico que estaban llenas de oro, asunto

este que Pedro Sarmiento de Gamboa contaría en su Historia de los Incas. La

leyenda de la mítica Ophir, de la que habían escrito y con la que habían soña-

do Marco Polo y Cristóbal Colón, en el entorno de unas islas desconocidas en

las que se aprovisionaba el rey Salomón, y deLibro I delos Reyes, impresionó el afán aventurero de Isabel.
«... y pronto destacó una joven «de pelo negro, mirada penetrante y rasgos que acusaban energía: Doña Isabel Barreto» (Bosch, 1943:31)
En la tercera aventura de Colon, ciertamente no siendo los primeros en llegar, fueron los únicos en volver ("y no fueron solos") se explica como 30 mujeres a bordo cambiaron definitivamente la Historia del mundo, exportando trigo, inaugurando hospitales y universidades, adaptando el medievo de las guerras europeas, navegando, luchando contra los piratas, manteniendo las rutas comerciales europeas a salvo de patentes de corso, a una nueva visión, donde estaba todo por innovar, una huida hace adelante en la que no tenían nada que perder, pues al ser blanco fácil en la sociedad medieval de la época, quemadas por ser pelirrojas, por causas de honor, empaladas por ser madres violadas, zurdas, o simplemente pobres, simbolizada un salto al vacío, una única oportunidad para morir, o vivir en paz en un mundo desconocido en reconstrucción, donde el derecho romano y una pulserita eran su único bastión.

"Don Álvaro conoció entonces a 
Pedro Fernández de Quirós, navegante portugués y curioso personaje, y le 
ofreció el mando de la expedición, pero este rehusó pues no le gustó la pre- 
sencia de una mujer, Isabel, en la expedición. Al mando de la gente de gue- 
rra, se puso a un tal Pedro Marino Manrique, buen soldado pero de difícil 
carácter, de modo que pronto empezaron los enfrentamientos entre estos dos. 
Aún así, el 16 de junio de 1595, 28 años después del regreso de la primera 
expedición, se hicieron a la mar cuatro navíos desde el puerto peruano de 
Paita, con 368 personas, entre las cuales había mujeres y niños. La nao capi- 
tana se llamaba San Gerónimo, galeón de 300 toneladas, y llevaba a bordo al 
adelantado, a su esposa, al piloto mayor Quirós, al maese de campo Marino 
Manrique y a los hermanos de Isabel, además de dos sacerdotes. La nao 
almiranta, también de 300 toneladas, se llamaba la Santa Isabel y estaba 
mandada por el almirante Lope de Vega, casado con Mariana, hermana de 
Isabel; iba en ella además otro sacerdote. La galeota San Felipey la fragata 
Santa Catalina, ambas de 40 toneladas, desaparecerían junto con la Santa 
Isabeldurante el viaje. La narración del periplo que conocemos, aunque exis- 
ten varias versiones de diversos autores, se debe al poeta sevillano Luis 
Belmonte Bermúdez, secretario de Pedro Fernández Quirós y cronista de sus viajes.

La primera isla que encontró la expedición cuando resonó el grito de ¡Tierra!, 
fue bautizada como Santa Magdalena; era una de las islas luego llamadas 
Marquesas, pero don Álvaro creyó al principio que era una de las islas 
Salomón. El júbilo reinó entre la tripulación y se entonó un solemne Te Deum 
laudamuscon toda la gente de rodillas. Al día siguiente, ya dudando de si 
aquella era la tierra buscada y prometida, los expedicionarios se vieron rodea- 
dos por más de setenta canoas pequeñas en las que venían varios nativos. 
Pronto hubo un grave enfrentamiento cuando los nativos se lanzaron hacia 
todo el metal que veían ante sus ojos. 
Las islas que luego avistaron fueron bautizadas como San Pedro, Dominica 
y Cristina. Poco a poco se convenció Mendaña de que no estaba en las islas 
Salomón, y finalmente desembarcó arbolando el pendón de Castilla y toman- 
do posesión de aquel nuevo archipiélago bautizado con el nombre de islasMarquesas en honor a los virreyes"

"Después de estas penalidades por fin llegaron a la isla de Santa Cruz, y a la 
bahía Graciosa, a 400 km al sur de las Salomón, dado que Mendaña se había 
desviado al Sur entre tres y cinco grados en su navegación. Allí se inició la 
construcción de una población, si bien don Álvaro y su esposa decidieron 
permanecer a bordo hasta que estuviera acabada la construcción. Mientras 
tanto, crecía el descontento y aumentaban las desavenencias entre los fieles, el 
adelantado y los que querían regresar, pues no se había encontrado hasta 
entonces el oro prometido. Para congraciarse con los indígenas, Mendaña hizo 
amistad con el cacique Malope, que no parecía tan adverso a los recién llega
dos. Las muestras de amistad mutua eran muy variadas: intercambiaron sus 

nombres y el adelantado le regaló al cacique una de sus camisas favoritas, 

cascabeles, cuentas de vidrio, pedazos de tafetán y hasta naipes, que los 

isleños se colgaron inmediatamente en el cuello. El momento más interesante 

de esos intercambios llegó cuando los españoles mostraron los espejos a los 

nativos y les enseñaron a mirarse en ellos; a cortarse las uñas con una tijera y 

a raparse con una navaja barbera. Todo esto duró unos días, en los que Malope 
respondió a estos regalos con  frutas y alimentos. Mientras tanto, Mendaña y 
su esposa Isabel, preocupados por la suerte que pudiera haber corrido la nave 
almiranta, mandaron a Lorenzo Barreto en su busca con la fragata, ordenán- 
dole que, al mismo tiempo, rodease la isla para saber dónde se hallaban. A su 
vuelta, Lorenzo informó que Santa Cruz y otra media docena de islas cercanas 
estaban «todas pobladas de gente mulata, color clara», pero que no había 
encontrado rastro de la Santa Isabel."


"Entre tanto Pedro Marino Manrique, el maese de campo, había organizado 
y encabezaba un silencioso motín de los españoles que habían desembarcado 
en la isla y que ya habían construido la población. También erigieron una igle- 
sia con una gran cruz en la entrada, en la que el vicario, Juan Rodríguez de 
Espinosa, ofició la primera misa. La rebelión se debía a que los soldados 
admitían que se encontraban en una isla maravillosa, pero en la que no encon- 
traron perlas ni oro. Mientras, Mendaña, gravemente enfermo de malaria y 
postrado en su lecho en la nave capitana, poco pudo hacer para evitar, por una 
parte, los desmanes de los españoles contra los nativos y, por otra, la guerra 
civil que pronto se produjo entre los partidarios de regresar a Lima, capitanea- 
dos por el maese mayor, y los partidarios de seguir leales al adelantado de su 
majestad. 

Convencidos todos los mandos, junto con doña Isabel, de la traición del 
maese de campo, se celebró una reunión en la que se resolvió darle muerte por 
considerarlo culpable de todo lo sucedido. Así pues, muere Pedro MarinoManrique al grito de «¡Viva el Rey y mueran los traidores!» 

El adelantado se sentía cada vez más enfermo y débil y no había muchos alimentos ni 
mucha agua.  No obstante, el 17 de octubre, todavía tuvo fuerzas Mendaña para dictar su 
testamento: «Nombro a Doña Isabel Barreto, mi legítima esposa, gobernadora 
y heredera universal y señora del título de Marquesado qSeñor tengo». Don Álvaro murió al día siguiente. 

Doña Isabel se había 
convertido en general y gobernadora de la expedición, y 
Lorenzo Barreto, su hermano, en almirante de la misma. 
Pero este también moriría a los pocos días después por 
herida de una flecha envenenada. Su muerte sumió a 
Isabel en un gran desconsuelo. 
Todo ello la convertía en la persona al mando en tierra y 
mar. En aquel momento Isabel Barreto se convertía en adelantada del Mar 
Océano, título que ostentaba una mujer por primera vez en la historia. Así 
pues, la muerte del adelantado creaba una situación de expectación. Por una 
parte Quirós tenía a Isabel por «déspota» y «autoritaria» y, dada la situación, 
temía un desenlace funesto

(Aunque en la reconstrucción de la historia mas parece celoso de no haber detectado tal "rango" de autoridad y que recayera sobre una vulgar mujer, algo que con el tiempo se demostró que hizo lo que él no llego jamás a conseguir...)

Y por fin cambió el tiempo y pudo salir la capitana hacia Manila. Los dos 
hermanos de Isabel desde una parte de la isla de Luzón salieron por tierra para 
buscar abastecimientos, pero, dada la necesidad reinante, los disturbios 
continuaban y doña Isabel tuvo que hacer sacrificar una ternera de las que 
quedaban a bordo. 
La nave llegó por fin al puerto de Cavite el 12 de enero, siendo recibida 
con estandarte real y una compañía de armas. Desde Santa Cruz habían muer- 
to a bordo 50 personas. 
La gente decía que el navío venía de las islas Salomón y que llegaba 
mandado por una mujer, de ahí que se la conociese como la «Reina de Saba». 
Después de tantas vicisitudes, por fin se llegó a Manila, donde tuvo lugar 
un solemne recibimiento. Doña Isabel se hospedó en el gobierno, los enfer-mos fueron llevados al hospital y los pocos sanos acogidos por particulares. 

Y en aquel momento, en Manila, aparece en la vida de Isabel un personaje 

nuevo, Fernando de Castro, hombre todavía joven, valiente, aguerrido y 

pariente del gobernador de Manila, Gómez de las Mariñas. Sus hazañas 

impresionaron a Isabel, y a este le sedujo el carácter altivo y aventurero de la 

dama y también sus privilegios y su fortuna; y así, sus encuentros en el pala- 

cio del gobernador despertaron entre ambos una corriente de mutua 

admiración y simpatía. Transcurrido el año de viudedad, contrajeron matrimo- 
nio en noviembre de 1596, con el ánimo y el propósito de continuar la obra de 
don Álvaro de Mendaña. 

De nuevo surgen divergencias sobre la fecha y lugar de fallecimiento de 

Isabel Barreto. Mientras unas fuentes datan su muerte en 1610, otros la 

alargan hasta 1612 y hay quien la sitúa en el continente americano, mientras 

otros aseguran que volvió a pisar tierras españolas. 


«Las trazas de don Fernando y doña Isabel se pierden. Se supone que él quedó en Madrid, donde murió olvi- 

dado sin haber conseguido privilegio. En Galicia las gentes hablan de un 

Mayorazgo donde vive una mujer ya entrada en años, con sus dos hijos, y 

durante las veladas las madres refieren a sus pequeños unas historias de viajes 

realizados por aquella señora de cabellos blancos que fue doña Isabel Barreto, 

Adelantada de las islas Salomón, conocida también por la Reina de Saba» 

(Bosch, 1943: 143).



Se ha partido de un hecho histórico, y es necesario saber que  el propósito de la ciencia histórica es averiguar los procesos que ocurrieron y se desarrollaron en el pasado e interpretarlos ateniéndose a la
 objetividad en su contexto circunstancial, aunque la posibilidad de cumplir tales propósitos  y el grado en que sean posibles son en sí mismos objetos de debate.



Un saludo.


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