26 abr 2020

Alas de hierro 3


Capítulo 3
"El pueblo minero"

No cerca de la capital, existía un lugar pequeño de gran pero desconocida memoria como todo pueblo marinero que va de la mar hasta la gloria, era otro más de los capítulos ausentes de la Historia.

En él había una calle mayor, con su botica y tienda de ultramarinos, con sus jalonadas puertas de envergadura, su estructura de madera pegada a la pared que llegaba hasta el techo,  tras el mostrador se veía tamaña hazaña de ebanistería, lleno de cajones, estaño y ventanucos, donde objetos ya antiguos recibían olvidados su ausente sepultura entre tarros vidriados y redes de cuentas pendientes o viejas judicaturas.
Registros marineros en cuyos nudos encordados, se escribían como en un pentagrama las aburridas historias de singladuras, los aires de puerto y garra y cómo no, de los amores entre mamelucos y sirenas de sal, donde aún queda registro de sus huellas en los cabellos rizados de los descendientes de aquéllos marinos ausentes pero no olvidados.

Beatriz alumna, amiga y observante en prácticas de los Monerri, que le iban a introducir en las tradicionales costumbres navieras, pues su fortuna tuvo su origen por la pericia de sus construcciones, recibió una lección en su vida que jamás iría a olvidar: "Tempus fugit", rezaba el reloj de sol dónde añadía en latín: "todas las horas hieren, la última mata".

No hay dos sin tres, ni lección de vino "cristiano" que no esté en parte aguado.

Los mares con sus brillos de hojalata en la espumas,  prometían futuras vertientes de Occidentes para sordos e invidentes, lecciones de vida futuras, otrora aquí otrora ausentes.
Las vidas pendientes, de almas perdidas, de dementes, de locos y videntes, de inmensas fortunas imprudentes, de pingüinos, de focas sirenas y lenguas de lava recientes.

La vida, era aquí, un recuerdo de sal, entre capas coloreadas entre un sustrato monumental.

Beatriz, ausente descubre un hecho, una capa oscura, de una tierra lejana, una copa de aval, un cantar que escuchó a un viajero no más de una semana.

Le preguntó sobre las Musas, como quién pregunta a un ermitaño por las suertes de su viaje, a lo que él contestó con diferentes voces ora broncas, ora aflautadas:

"Erato, en pie
iniciando un paso de danza
tocando la lira
También coronada con las flores de Venus
portando un bordón y la cítara
Porque el amor del Saber produjo las Ciencias
y así Apolonio la invoca para cantar amores;
la fingían tocando con el plectro y dedos
el salterio de nueve cuerdas,
que era largo y diferente
Ante Memoria, el cuerpo de Polimnia
envuelta en su manto, actitud meditabunda
apoya un pie sobre una roca
le recuerda empezase a cantar
cosas superiores a su esfera,
susurra a la oreja de Apolo
el soberbio, recordándole,
ahora ya, trayéndole a la memoria
que era pastor nada más
así se acordase de su estado;
y dijo a sus lejanos oídos
conjurado contra Zeus
convertido tan solo
en simple rutina mortal"

Ella impaciente, le espetó algo dellas. Pues no le había dicho cosa ninguna.
A lo que el viajero, requerido, acostumbrado a divagar, preguntó:
- "¿Qué soñaste?
-" Cuanto más cerca he estado del placer
más lejos me he sentido de la muerte y su universo gélido
Tanta luminosidad lunar que me tiendo, cuerpo, a sus orillas." - susurró Beatriz. 

El viejo, divertido, empezó entonces a entonar una antigua cancioncilla griega:

"... Y dijeron las musas
(recuerdo difuminándose en mi oído sus palabras templadas, sus vestidos ligeros y los cabellos al viento):

“¡Pastores!, que pasáis la vida en los campos al aire libre, ¡sois el oprobio de los pueblos, pues no sois más que vientre! Nosotras en cambio, sabemos cantar mil verosímiles ficciones y también, cuando nos viene el deseo, ensalzar la verdad”

... al menos éso decían las Musas
ligeras de vísceras, entonces ve, camina hacia allá dónde te reclamen los pies del corazón buscando su surco azul aguamarino""

Beatriz entonces volvió corriendo a la casa. 
Se acordó ahora, pues también los primeros truenos de las lluvias de verano, empezaron a sonar. 
Mientras pálida de la impresión cerraba los viejos portones de la casa, las palabras del viajero ululaban aún en su cabeza, presagiando, tal vez, nuevas vías de su destino. 


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