8 ene 2017





Tenia solo dos días de camino
Dos días que no recordaba nada, ni siquiera mi nombre

Fango, piedra y desierto
mucho desierto
el profundo silencio golpeaba los oídos


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Mis piernas me llevaban sobre la arena y roca sin sentir cansancio

Ascendí a la alta y dura duna que protegía de los vientos del este, contemplando como los restos de la luna sobrevolaban este imperio de arena, rocas y pedregales

Como un barco varado de retales destrozados remando a un viento. Y llegué así
A esa nada resplandeciente, brillante, infinita
Un sueño repentino, caída como una estrella sin memoria.

Tierra de arenas, polvo de montaña, testigo de tantas extinciones, luchas innecesarias, de la maldad gratuita de los seres o la inutilidad de la avaricia, carcasas vacías de humanidad llenas de cosas inútiles para llevar

Nadie reclamaría mi jirón de piel cubierto de anhelos

Pero el aire me insuflaba vida, en dos días mis brazos se acostumbraron a vadear corrientes secas, quizá hubiera elegido aquél rincón por pura eliminación, llanuras infinitas, montañas hirientes, ambicionando la justa medida de  lo inhóspito en su merecida libertad.

No sabia si tenia miedo. El miedo. Arrastra consigo más cadenas vacías, mientras los brazos fuertes de los hombres buenos desaparecen entre los muertos, Olvido, en cuyos bandos enemigos reina, borrando a su hermana Memoria

El mundo se había transformado en extraños acontecimientos de los que llegaban confusos rumores entre los esporádicos aires errantes, sutiles percepciones de luz reflejaban que algo estaba cambiando, y solo debía marchar hacia adelante. Hacia ninguna parte

Esa noche sentada allí mismo contemplando las estrellas, descubrí que había vuelto a empezar a reconocerlas, contemplándolas como faros que tantas veces guiaron los caminos de las aguas del mar o de las rutas salvajes de las arenas desde hacía mucho tiempo. Poco a poco volví a asimilar cientos de siglos pasados corriendo de nuevo por mis venas, como un sueño ausente de nuevo recobrado.

Descubriendo la certeza de lo inmediato

Limpio aire del desierto, eterna oscuridad de una tierra sin luz a cientos de kilómetros, tenía la impresión que las estrellas rozaban la arena, y me sorprendía alcanzarlas estirando un poco la mano, como si pudiera tocarlas realmente.
A la puerta del improvisado refugio me detenía unos instantes a escuchar ese silencio que tanto aprendí a amar en tan poco tiempo, tan denso que hacía daño, cada noche, a los oídos












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