Tenia solo dos días de camino
Dos días que no recordaba nada, ni siquiera mi nombre
Fango, piedra y desierto
mucho desierto
el profundo silencio golpeaba los oídos
xxxx
Mis piernas me llevaban sobre la arena y
roca sin sentir cansancio
Ascendí a la alta y dura duna que
protegía de los vientos del este, contemplando como los restos de la luna
sobrevolaban este imperio de arena, rocas y pedregales
Como un barco varado de retales
destrozados remando a un viento. Y llegué así
A esa nada resplandeciente, brillante,
infinita
Un sueño repentino, caída como una
estrella sin memoria.
Tierra de arenas, polvo de montaña,
testigo de tantas extinciones, luchas innecesarias, de la maldad gratuita de
los seres o la inutilidad de la avaricia, carcasas vacías de humanidad
llenas de cosas inútiles para llevar
Nadie reclamaría mi jirón de piel
cubierto de anhelos
Pero el aire me insuflaba vida, en dos
días mis brazos se acostumbraron a vadear corrientes secas, quizá hubiera
elegido aquél rincón por pura eliminación, llanuras infinitas, montañas
hirientes, ambicionando la justa medida de lo inhóspito en su merecida
libertad.
No sabia si tenia miedo. El miedo.
Arrastra consigo más cadenas vacías, mientras los brazos fuertes de los hombres
buenos desaparecen entre los muertos, Olvido, en cuyos bandos enemigos reina,
borrando a su hermana Memoria
El mundo se había transformado en
extraños acontecimientos de los que llegaban confusos rumores entre los
esporádicos aires errantes, sutiles percepciones de luz reflejaban que algo
estaba cambiando, y solo debía marchar hacia adelante. Hacia ninguna parte
Esa noche sentada allí mismo
contemplando las estrellas, descubrí que había vuelto a empezar a reconocerlas,
contemplándolas como faros que tantas veces guiaron los caminos de las
aguas del mar o de las rutas salvajes de las arenas desde hacía mucho
tiempo. Poco a poco volví a asimilar cientos de siglos pasados corriendo de
nuevo por mis venas, como un sueño ausente de nuevo recobrado.
Descubriendo la certeza de lo inmediato
Limpio aire del
desierto, eterna oscuridad de una tierra sin luz a cientos de kilómetros, tenía
la impresión que las estrellas rozaban la arena, y me sorprendía alcanzarlas
estirando un poco la mano, como si pudiera tocarlas realmente.
A la puerta del improvisado
refugio me detenía unos instantes a escuchar ese silencio que tanto aprendí a
amar en tan poco tiempo, tan denso que hacía daño, cada noche, a los oídos
Oh.
ResponderEliminarYo te reclamo.
Cargaré contigo si hace falta.
Ja!!!
Besos.